lunes, 25 de julio de 2016

Idílico. Era idílico.


Lo vuestro, como lo de todos, no era algo que duraría eternamente, sino que se mantuvo vivo por pensarlo. El tiempo pasó, como pasa para todos, os descubrió que nada queda en pie si se ha olvidado suficiente.
Os parecía, como les parece a todos, que nadie sintió más, ni siquiera igual, pero es mentira, porque el tiempo pasa y lo atenúan otras caricias. Sin embargo, las caricias se acaban, como todo lo que gusta, y solo queda ningún fallo y todo bueno en el recuerdo.
De pronto, la oportunidad. Tú, ella y un gran recuerdo. Vais a lanzaros y todo va a ser, como mínimo, perfecto. ...porque tú y ella erais perfectos, porque no habían problemas, sino tonterías, porque nadie te hizo sentir mejor, porque los dos os dijisteis un día que, pasara lo que pasara, volveríais a estar juntos.
De pronto, no os conocéis. Una leve timidez os quiere hacer creer que habéis gastado los últimos cinco años echándoos de menos, pero los besos ya no saben igual, porque, irremediablemente, el tiempo te curó de ella y a ella de ti, como lo cura todo, y veis que no sois nada distinto de los otros.

lunes, 11 de julio de 2016

Se me apagó la poesía

Te leo. Te leo como miedo de olvidar que un día estuviste. Te leo, porque, por algún motivo, es todo cuanto has dejado entre las grietas del pasado.
A veces una está muy sola y otras veces también, pero ocupada. Tu tic-tac sigue, yo leo que lates, leo que avanzas, a pequeños pasos, como hiciste siempre. Como conmigo hiciste siempre.
Estás en la lista. Te leo para asegurarme de que aún estás en la lista; la lista de quienes se hacen asombrosamente grandes y te demuestran que no fueron alucinaciones de tu juventud, sino que realmente supiste apreciarlo, que hay personas imprescindibles en el mundo y que a veces no se equivoca el joven, sino lo mayor que espera ser.
Leo que tu vida no se encauza, porque sería absurdo, porque los cauces nunca fueron buenos. Leo que te descubres a ti mismo una y otra vez y ese es el cauce, el que nunca deja de desviarse. No hay dos horas seguidas en las que uno sea igual, eso tú me lo enseñaste. Por ello estoy aquí, te leo, para aprender a respirarte fuerte, pese a que tú no sepas si respiro o no.
Empecé a leerte tarde, eso es lo que creo.
Me conformo si leerte es infinito, si me queda esa grieta por donde se pierde tu anonimato. Dejé de soñar con verte, porque escribes y eso no me aterra, porque en tus letras siempre leo lo que me gustaría, sin gesto que me asegure que tu vida es otra vida que la mía.