Podría empezar hablando sobre una extraña atracción, sobre tres meses de no entenderme, sobre una tarde de martes, sobre lo fácil que nos lo ponen las redes sociales para abordar a las personas o sobre cómo el alcohol a veces nos lleva a decisiones que abocan al ridículo. Sin embargo, si mi historia no interesa, aún menos interesa cómo comenzó.
Acabo de mentiros: no hubo comienzo, porque no hay historia. Esto tiene algo bueno: nunca terminará. El caso es que lo he imaginado a gritos, sé todo lo que va a pasar sin que pase nada y sé todo lo que nos faltará por decir, sin mediar palabra. El caso es que me gusta, aunque las horas sean largas y se me agoten las ideas de tanto recrear momentos.
Él no es poeta, no sueña con serlo, pero a lo largo de la vida ha descubierto la poesía. Él ha extraído versos de sus besos y sus momentos; él ha olido el amor y ha sentido cómo pesa. Sin darme un comienzo ni un final, me ha dejado marcas por en medio: me ha mostrado líneas que no escribió para mí, de las que una se imagina inspirar un día, quizá antes de morir.
El techo desaparece por las noches, cuando me tumbo y con los ojos abiertos voy a donde está. A veces solo me siento al lado para escuchar cómo respira, otras finjo la primera cena que le prepararía y el resto me las paso de un lugar a otro:
-Viendo cómo la ventanilla del coche nos refleja riendo.
-Viendo cómo le tapo los ojos al llegar y se gira a besarme.
-Viendo cómo hacemos el viaje de cada verano.
-Viendo cómo dudo qué ponerme para que me mire de esa forma.
-Viendo cómo le encuentro las cosquillas.
-Viendo cómo son sus ojos a través de sus gafas de sol.
-Viendo cómo huele despertar al lado y cómo sabe con los ojos cerrados.
-Viendo cómo consigue que me ría mientras pretendo seguir seria.
-Viendo cómo llora por primera vez.
-Viendo cómo cambia su cara antes del sexo.
-Viendo cómo elegimos un plan.
-Viendo cómo quedan las fotos que le echo mientras está ausente.
-Viendo cómo se cansa de mis absurdos juegos.
-Viendo cómo se mete conmigo.
-Viendo cómo me aprieta tras un largo día.
-Viendo cómo necesitamos del otro.
-Viendo cómo mis dedos dibujar cascadas sobre su espalda.
-Viendo cómo mis dedos dibujar cascadas sobre su espalda.
-Viendo cómo sé qué regalo espera.
-Viendo cómo se siente su respiración en la nuca mientras preparo el café.
-Viendo cómo se siente su respiración en la nuca mientras preparo el café.
-Viendo cómo crece y es cada vez más perfecto.
-Viendo cómo el espejo nos mira tras una ducha.
-Viendo cómo el espejo nos mira tras una ducha.
-Viendo cómo me recuerda por qué lo elegí.
Aún así, ya tengo el cuerpo destrozado por los besos que le faltan y una cama que hace ruido por sentirse abandonada. Ya sabéis por qué me pasé al bando del escritor: para imaginar cómo era ser la musa de algún loco autor.