Perdona,
siento venir a hablarte, pero ya sabes que me aburro cuatro veces al
día, que la ansiedad me hace buscarte y que me gusta cuando te
contemplo, abstraído, con esa expresión reflexiva de poder cambiar
el mundo.
Hoy
me he preguntado por qué me caías bien. Yo siempre me rodeo de
personas que me caen bien, pero tú... Tú no eres de ese tipo de
personas por las que lo daría todo o de las que lo darían todo por
mí. Tú eres de esos seres que una encuentra en los lugares menos
sorprendentes, de la manera más absurda y que, además, tienen cara
de pocos amigos.
Llevo
meses pidiendo al universo, al dios que no existe, a cualquier cosa a
la que pueda pedirle, que no fueras de las cosas inevitables. Yo odio
las cosas inevitables, las que suceden solo porque han sucedido y
que, además, no me dejan escoger. No quiero que seas casualidad o
piedra de mi destino, de un destino en que no creo.
Yo no
he venido aquí para querernos, ni siquiera para que me veas, sino
para que me cuentes, para que me enseñes cosas que no enseña
ninguna escuela. Ella: - Dime, ¿a qué juegan los pájaros?, ¿a qué
sabe ser tú?
Hay
personas a las que miro con deseo, con lascivia; a otras las miro con
odio y rencor. A ti no te miro, no soporto tu mirada, pero me lleno
toda de ti, me inundo de un placer extraño solo por saber que estás
a mi lado, vivo, respirando.
En el
metro que guardo de distancia prudencial junto a alguien que no me ha
invitado, que nunca me ha dicho que le guste mi compañía, solo en
ese metro, creo en la magia. No sé si te molesta que me siente al
lado, no me importa, lo voy a seguir haciendo, porque estoy en calma
y protegida, porque eres tan auténtico que si te molestara, te
levantarías.
En
contra de lo que te gustaría, te voy psicoanalizando, sé que muchas
veces finges, pero no estás pensando. Ella: - Dime, ¿qué vida
tiene tanto que pensar? Todas funcionan igual, todas funcionan
viviendo sin remedio.
A
veces llego temprano, te espero un largo rato, con muchas preguntas a
las que daré respuesta cuando sienta el crujido del banco al
sentarte. Ella: -Dime, ¿por qué duermes tanto? Yo apenas puedo
dejar de pensar en mañana y en venir aquí a contemplar el feo
paisaje, pero tú duermes las horas de vida que yo pierdo entre la
espera y la melancolía.
- - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Ella
no apareció ya ningún día, se marchó una noche repleta de dudas
que pensaba resolver al día siguiente. Nunca se conocieron, pero él,
nunca jamás, volvió a dejar que nadie se sentara en aquel banco.