Somos absurdos, como los polvos que uno pierde por el miedo a enamorarse. Algo está saliendo mal o quizá ya nos fallaron muchas veces, porque nos aterran las relaciones serias, nunca queremos nombrar sentimientos, haciéndonos sentir falsos valientes por ello, por decir que no pondremos nombre a lo que esa persona y nosotros tenemos.
Lo que yo realmente creo es que las buenas decisiones se toman en la caótica mezcla de sentimientos, ansia y poco sentido común, y que habrá que amar las cosas simples, porque al final de cada día volvemos a quedar la almohada y uno mismo.
¿Recordáis cuando podían engañarnos?, ¿cuando no pensábamos en esa posibilidad y éramos felices sin comprender que las personas nos traicionaban? Yo aquello lo echo de menos.
Ahora necesito un café largo, tan largo como las tardes en las que no nos gustaba el café y ni siquiera fumábamos. Aquellos cafés no tenían nombre, no por miedo, sino porque no lo necesitaban. Yo sé que aquellas ideas que perdimos solucionarían muchos de los problemas que hoy tenemos.