domingo, 25 de septiembre de 2016

Atrás

 Somos absurdos, como los polvos que uno pierde por el miedo a enamorarse. Algo está saliendo mal o quizá ya nos fallaron muchas veces, porque nos aterran las relaciones serias, nunca queremos nombrar sentimientos, haciéndonos sentir falsos valientes por ello, por decir que no pondremos nombre a lo que esa persona y nosotros tenemos.
 Lo que yo realmente creo es que las buenas decisiones se toman en la caótica mezcla de sentimientos, ansia y poco sentido común, y que habrá que amar las cosas simples, porque al final de cada día volvemos a quedar la almohada y uno mismo.
 ¿Recordáis cuando podían engañarnos?, ¿cuando no pensábamos en esa posibilidad y éramos felices sin comprender que las personas nos traicionaban? Yo aquello lo echo de menos.
Ahora necesito un café largo, tan largo como las tardes en las que no nos gustaba el café y ni siquiera fumábamos. Aquellos cafés no tenían nombre, no por miedo, sino porque no lo necesitaban. Yo sé que aquellas ideas que perdimos solucionarían muchos de los problemas que hoy tenemos.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Los pies en firme y la cabeza en alto

Él es la imagen que veo en cada viaje, él está cuando miro hacia atrás y el que a veces va delante enseñándome rincones. Es la cabeza despeinada de cada desayuno y la media cara que veo en el retrovisor.

Cuando él mira el cielo parece que algo interesante va a ocurrir y se ve esa curiosidad en sus ojos, de esos ojos que no dejan de vivir, que combaten el tiempo y la monotonía, porque no saben qué lugar van a mostrar mañana.

Él adora el viento, en contra, y me descubrió a qué saben los besos con lluvia y olor a aceras mojadas. Respira cada paisaje, pasando por todos sin fotos, anotando cada momento. Al fin y al cabo para él cada momento cambia el paisaje, de momentos hace su vida.

Él jamás se plantearía dejar todo lo que le gusta por mí, ni por nadie. Busca un compañero acompañante que acompañe sus memorias, sin mucha charla ni tiempo de historias que aún no se han vivido. Adora su independencia y no depende ni del aire.

No le importa lo que tarde en el camino, ni el más corto ni el más largo, solo el que decida. Nunca lleva gafas de sol, porque cree que se pierden detalles, de esos que a los demás no cuesta ver, pero que él aprecia mientras duermo acurrucada en sus piernas ajena a lo que me rodea.

Sin embargo, cuando él duerme es diferente, el detalle más importante que yo encuentro es su gesto. Yo sé que sus sueños levantan templos, vencen imperios, mientras él pasa indiferente, creyéndose alguien llano, como tú y como yo, como cualquier ser humano.

Cuando él habla crea cuentos, mundos, sentimientos. Es de esa gente odiosa a la que todo sienta bien sin querer, de los que no dan tiempo a fijarse en lo que llevan, porque todo está en su luz, en su energía, ese es el complemento que lo envuelve.

No discute, siempre dice "para qué" y debe tener algo ahí, en ese cerebro tan mal hecho y a la vez tan lógico, que lo hace tan libre. El mundo gira hacia su rumbo y él tranquilo, a lo suyo. ...y justo por eso lo quiero, lo quiero así, sin ser mío ni de nadie.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Esa demente dependencia

Que alguien le diga que pare, que deje de lucir esa insensatez tan atractiva y deje de dejarse ver así, tan dorado como gris.
Que alguien le diga que pare, que no rete más al viento con sus ojos y que deje mi vida en calma cuando nos crucemos a las tres de la mañana.
Que alguien le diga que pare, que no puede ir por el mundo agujereando pechos y haciendo como que lo lleva el aire.
Que alguien le diga que pare, porque va a descontrolarse, porque el mundo ya es adicto a su actitud imparable; esa actitud que arrolla a fuertes y esperanza a débiles; esa actitud que está en él como en mí escribirle; esa actitud que me sube y me baja, que me pende de las cuerdas que lleva bajo la coraza.
Por Dios, que alguien le diga que pare.