Él es la imagen que veo en cada viaje, él está cuando miro hacia atrás y el que a veces va delante enseñándome rincones. Es la cabeza despeinada de cada desayuno y la media cara que veo en el retrovisor.
Cuando él mira el cielo parece que algo interesante va a ocurrir y se ve esa curiosidad en sus ojos, de esos ojos que no dejan de vivir, que combaten el tiempo y la monotonía, porque no saben qué lugar van a mostrar mañana.
Él adora el viento, en contra, y me descubrió a qué saben los besos con lluvia y olor a aceras mojadas. Respira cada paisaje, pasando por todos sin fotos, anotando cada momento. Al fin y al cabo para él cada momento cambia el paisaje, de momentos hace su vida.
Él jamás se plantearía dejar todo lo que le gusta por mí, ni por nadie. Busca un compañero acompañante que acompañe sus memorias, sin mucha charla ni tiempo de historias que aún no se han vivido. Adora su independencia y no depende ni del aire.
No le importa lo que tarde en el camino, ni el más corto ni el más largo, solo el que decida. Nunca lleva gafas de sol, porque cree que se pierden detalles, de esos que a los demás no cuesta ver, pero que él aprecia mientras duermo acurrucada en sus piernas ajena a lo que me rodea.
Sin embargo, cuando él duerme es diferente, el detalle más importante que yo encuentro es su gesto. Yo sé que sus sueños levantan templos, vencen imperios, mientras él pasa indiferente, creyéndose alguien llano, como tú y como yo, como cualquier ser humano.
Cuando él habla crea cuentos, mundos, sentimientos. Es de esa gente odiosa a la que todo sienta bien sin querer, de los que no dan tiempo a fijarse en lo que llevan, porque todo está en su luz, en su energía, ese es el complemento que lo envuelve.
No discute, siempre dice "para qué" y debe tener algo ahí, en ese cerebro tan mal hecho y a la vez tan lógico, que lo hace tan libre. El mundo gira hacia su rumbo y él tranquilo, a lo suyo. ...y justo por eso lo quiero, lo quiero así, sin ser mío ni de nadie.