sábado, 3 de noviembre de 2012

Hoy no titularé

Viene una decepción y nos acaricia. Salimos adelante, la actitud es positiva.
Viene una decepción y nos acostumbramos. Así funciona el juego del vivir, así lo aceptamos.
Viene una decepción y tropezamos. No importa, llorar no es malo ni eterno.
Viene una decepción y nos hunde. Ahora parece que es demasiado, no tiene sentido, nada lo tiene.

No fue menos aquella decepción de los quince años. Si nuestra amiga nos criticó, tenía tanta importancia como la tuvo a los dieciséis que tu novio te engañara, o como la tiene ahora esa desconfianza al mundo. Nada fue menos, sino todo superado.

Sin embargo, no nos engañemos: ni el tiempo nos hace fuertes, ni aprendemos de los errores. Te acompañará la debilidad y el error hasta que mueras. ¿De qué se trata jugar a la vida, si no de errar y caer? ¿De qué se trata, si no de buscar el camino que lleve fallos, pero mínimos?

Alguien, algún día pletórico, inmensamente feliz y cargado de amor, decidió engendrarte. En efecto, nadie elije estar aquí. Una vez llegado tienes que luchar, tener la esperanza de que tu estancia será mejor que la de otros. Una vez llegado tienes que vivir, porque somos cobardes ante la muerte, porque suicidarse duele.

No, no me convencen vuestros argumentos. "Si no hubiera nacido, me hubiera perdido tantas cosas..." ¿Y? Te perderías lo que nunca encontraste, nada te haría saber las cosas maravillosas que aquí se encuentran, eso sí, te ahorrarías todas las desagradables. ¿Qué te importa cuando duermes? Absolutamente nada. Dime, ¿qué sientes mientras duermes? Absolutamente nada. ¡Cuánta tontería de despertar y ver el sol, de pensar en la gente a la que quieres! Nada mejor que el sueño, absolutamente nada.

Al fin y al cabo, mira, aquí estoy. Las once y cuarto de la noche, y yo escribiendo para ni yo sé qué. Las once y cuarto de la noche, y yo escribiendo porque aquí sí me siento libre, porque las únicas historias que yo elijo realmente, son estas, las de papel, porque mientras esté aquí me centraré en mí, me olvidaré de que en dos líneas volveré a escuchar al vecino de arriba, a discutir con cualquiera, a indignarme cuando pise la calle, a intentar asumir mi existencia. Mi obligada existencia.