domingo, 7 de julio de 2013

A la espera

Era la agonía previa al lecho de muerte.
Yo, simplemente, me mantenía presente.
Para contener el llanto
analicé aquello paso a paso, cual sádico.

Inhalé hasta lo más profundo ese olor a desinfección,
inhalé el blanco de las sábanas,
inhalé el estrés de los pasillos concurridos
y hasta el temor más cruel.

Allí estaba él:
unas manos viejas, temblorosas,
que acariciaban aquel cuerpo, ya casi inanimado.
Él no llevaba lágrimas, sino el daño de los años.

Cada año que habían pasado juntos iba a dolerle
y dejémonos de tonterías, no era por amor,
a los setenta eso ya está superado,
ahora llegaba una sinrazón.

Qué pasaría ahora en casa,
cómo acostumbrarse a no acostumbrar a verla,
cuánto tiempo pasa exactamente hasta asumirlo,
quién le asegura que no siempre estará hundido.

Ya quedaban solo unos instantes,
ya la cordura pasaba desapercibida,
ya llegó la sinrazón de "por qué te has ido tú y yo no",
la de sus ojos diciéndole "si tú me faltas, falto yo".