Todo comienza con adrenalina y muchas ganas,
así que sucede intenso, pero rápido,
debe ser algo así como un tiempo estimado para no enamorarse.
Cuando llegas al matadero sobra todo preámbulo.
Camuflados entre alguna sustancia y un poco de vergüenza,
ambas partes tienen claro para qué y dónde se encuentran.
Al terminar se conserva la cortesía del último beso
y sales por la puerta con paso firme,
nada parecido al paso temible de luego.
Has disfrutado y, lo más importante,
lo has hecho disfrutar.
Hasta aquí nada tiene por qué ir mal.
El problema es cuando se queman las sustancias,
cuando al acostarte sabes que la has cagado,
pues él ya está durmiendo y tú lo estás buscando.
Descubres entonces que todo empezó por soledad
y el absurdo deseo de permanecer en su recuerdo.
Todo empezó con un leve sentimiento.
Ahora no existe paso firme ni placer:
tambaleas las imágenes como mejor puedes
para sentirte un poco valorada,
para sentirte un poco especial en su boca desgastada.