Hoy te escribo, porque te vas,
y en el fondo ya era hora.
Porque seas feliz,
después de tanto merecerlo
y porque no me recuerdes
como otra cosa que una broma más,
de esas que nos gasta el latir.
Debo ser lo que fui,
el último café de una última vez,
pero nada más serio que eso.
Hoy estoy bien,
contenta en el llanto de tu merecida felicidad.
Sé que te vas encontrando
y has dejado de morir.
Nunca tuve la brújula que te orientara,
ni aprendí a mirar los mapas.
Desquicié un millón de veces
el rumbo lógico
de toda vida humana,
porque este corazón hastiado
no se encontró nunca el alma.
Te guardo muy buenas palabras,
porque es lo que me has sembrado.
Yo abandono el tablero y leeré,
una vez más, las instrucciones del juego.
Es tu turno y ahora yo me siento,
aquí,
a esperarme.