Tan harta de todo...¡Tan harta!
...y una vez más, adiós.
Me cansan esos putos octógonos llenos de miradas, de miseria, de tristeza. Un octógono donde realmente ves el fin, cómo es, cómo será... Esa madera huele a dolor, el olor pesa como el plomo y hunde como una piedra atada al tobillo dentro del mar.
Me cansan los nudos que no se marchan por mucho que tragues, las oraciones en voz baja, los gritos desconsolados, ya me cansa que sea "ley de vida", ya me harta... Es inútil contenerse, nadie puede conseguirlo.
Suena macabro, pero necesitábamos una foto, muerto o vivo seguiré mirándolo, aunque él no me mire más.
Además, esos sofás son cada vez más cómodos, ya incluso hay armarios, lo que no cambian son las largas noches sin dormir, con ojos hinchados.
Esta relación no es como la de un padre, un hermano, un abuelo, un hijo o un tío. Esta relación es algo inexplicable, algo que no puede explicar lo sucedido, algo como una primera piel, la más fuerte que has tenido siempre, pero hoy se agrieta. Va escociendo cada yaga del cuerpo, casa paso es una puñalada en las costillas; cada lloro hace que la garganta duela hasta sentir que revienta, hasta sentir que no puedes hablar, hasta marcharte.
Las lágrimas queman la piel y hacen ceniza al autoestima, los suspiros se le clavan al de al lado en la nuca para recordarle dónde está, por qué razón y que ya no tiene arreglo; para recordarle que lleva ya un minuto sin llorar.
Él ha sido mi retrato. No lo conozco, pero me lo ha dicho todo. Entraba con cara de no atreverse y mucha pinta de "macarra"; entraba con un gorro, pantalones anchos y una barba.
Habrán sido seis segundos hasta su salida.
Los ojos se le salían de las órbitas, más rojos que la sangre fresca en un accidente, más venas que a un culturista, más ardientes que el mismo infierno...
La rabia acumulada le contenía la respiración hasta ahogarlo. El llanto de la madre le ha partido el mundo a trozos. La cara amarillenta, tan pálida que helaba el alma, tan calmado que morirías al lado sin pensarlo, tan él que querrías acariciarlo.
Al fin se ha decidido a echar un cigarro.
El cigarro más amargo de su vida, el humo le ha calmado la vista, los pulmones han vuelto a respirar con la nicotina. Sus manos de nuevo tenían movilidad al sujetarlo, de nuevo el tabaco lo había ayudado, de nuevo ha calmado su estado de ánimo.
Chico, dame un abrazo.