miércoles, 26 de octubre de 2016

APB

Estoy aquí, llevo ya un tiempo. Ahora estás a más de dos mil kilómetros, pero cuando solo nos separaban cinco tampoco nos vimos. Te escribo, porque viajes a donde viajes, vivas como vivas y trabajes en lo que trabajes, tendré envidia. Tendré envidia de la mochilla que te acompaña, del sillín sobre el que viajas, del aire que te roza la cara cuando estás relajado y de las gafas de sol sinvergüenzas que ocultan tus ojos marrones.
Tendré envidia de las modas que sigues y no me gustan, de cada cerveza que tomes, incluso de las que te sienten mal. Tendré envidia de cada paisaje que vivas, que respires y engrandezcas. Tendré envidia, mucha envidia de tu amor por la fotografía y el contraluz.
Tendré envidia de los dos mil cinco kilómetros que hemos sumado en distancia, de tus camisas, de esas siete letras que te nombran, de lo poco popular que buscas ser mientras lo eres, del ritmo de tus zapatos y de ese extraño carácter que me llevaría años entender.
Tendré envidia y no es malo, porque, a parte de ganas, quiero tenerte algo.